Vivimos en una sociedad donde nos bombardean contantemente con mensajes a favor de la alegría y felicidad, pero en oposición al sufrimiento, como si éste no hiciera parte de nuestra humanidad.

Nos presionan a sentirnos bien todo momento, lo que hace que incluso, evitemos sentirnos tristes. No nos gusta llorar ni ver llorar a los demás, escuchamos o decimos frases como “no llores, se fuerte”, y entendemos el sentirnos mal como si siempre fuera algo patológico.

Esto hace que luchemos a toda costa por estar alegres, incluso a través de conductas de riesgo como el consumo de sustancias, o un exceso de psicofármacos porque se ha desarrollado una intolerancia exagerada al sufrimiento.

Sin embargo, no es posible estar siempre alegres, ni se puede contemplar vivir sin tristeza o sufrimiento, pues esto hace parte de la vida; por lo tanto, esta búsqueda del gozo permanentemente puede llevar tolerar muy mal el dolor y ocasionar frustración porque no se consigue lo que se desea, podemos llegar a sentirnos culpables por no poner una cara alegre cuando nos sentimos mal, por no cumplir con la presión social de una actitud positiva permanente e inflexible.

Lo saludable es reconocer y aceptar cada emoción en el momento en que aflore, aceptando que a veces es saludable sentirnos mal como respuesta a las circunstancias difíciles que se nos presentan, gestionando adecuadamente las emociones de acuerdo a la situación en que nos encontremos, percibiendo la realidad de manera objetiva, para no dejarnos llevar hacia una conducta desadaptativa.

Por lo tanto, hay que disfrutar la alegría cuando se nos presenta, pero en su justa medida, sabiendo que, como todas las emociones, no viene para quedarse.

¿La alegría puede ser patológica?

Por esto, así como la tristeza excesiva puede convertirse en patológica llevando a la depresión, la alegría en su caso extremo origina un estado maníaco, en el que se distorsiona totalmente la visión que se tiene de la realidad y de nosotros mismos.

En las personas que presentan un estado de manía, se evidencia una euforia o exaltación excesiva de su persona, con plena convicción de que son quienes llevan a cabo grandes logros, por lo que hay un incremento en su autoestima acompañado de un sentimiento de superioridad y no tienen ningún respeto por las normas sociales, se acompaña de falta de atención, inquietud e hiperactividad, empleando mucho tiempo en actividades que considera placenteras, la cual se puede transformar en promiscuidad sexual, o un elevado compromiso político o religioso; disminuye la necesidad de horas de descanso por lo que suelen dormir sólo de tres o cuatro horas.

A menudo estos ciclos de euforia se alternan con ciclos depresivos por lo que la estabilidad emocional de la persona es muy baja, llegando a formar parte del trastorno bipolar.

Si presentas alguno de los síntomas antes mencionados, es necesario que busques ayuda profesional; Además, si también tienes pensamientos suicidas, piensas en hacerte daño a ti mismo o a otros, solicita atención médica de emergencia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *